HIJOS DEPENDIENTES

Una gran cantidad de personas conserva la creencia, de que se «debe» permanecer con los padres hasta el final.

Es normal, o más bien diría yo, común, el hecho de ver como algo cotidiano el convivir en la misma casa con los padres, los abuelos, los primos, los nietos, los tíos, etc.

No es lo mismo ir a visitar a los abuelos, que vivir con ellos. No es lo mismo convivir y jugar con los primos, que vivir con ellos. Biológicamente, este simple hecho ocasiona muchísimas enfermedades y conflictos emocionales. Porque es totalmente antinatural.

No existe ni existirá un nido en el que convivan los abuelos pajaritos, los hijos pajaritos, los nietos pajaritos, los tíos pajaritos y los primos pajaritos. Se crea el nido, hay un padre, una madre y sus hijos. Y lo biológicamente correcto, será criar y educar a dichos hijos para que vuelen y hagan su vida.

En el nido, los pajaritos hijos, son alimentados, protegidos del frío y se les enseña a volar. Algunos caen del nido y mueren, porque no pudieron volar, ni modo, así es la naturaleza. Pero en cuanto logran hacerlo, vuelan libres y seguros y en un futuro, formarán con una pareja, su propio nido.

Lo mismo hace un león, lo mismo hace un delfín, y si bien conviven en manadas, son manadas conformadas por seres independientes o familias establecidas, tal como nosotros los humanos nos desarrollamos en sociedad y convivimos con otros en grupos.

Es responsabilidad de los padres, comprender que los hijos no están para cuidarlos o mantenerlos en su vejez.

El 90% de los padres, considera «normal» que los hijos los mantengan, los cuiden, los lleven, los traigan hasta el día de su muerte. Y eso a la vez, los hace olvidarse de ahorrar, de planear su vejez, planear sus actividades posteriores a la partida de sus hijos y convertirse en «cargas», difíciles de sobrellevar. Emocionalmente difíciles de manejar.

Y definitivamente, este proceso, parece ser cultural, porque en otras culturas, el cortarle las alas a los hijos, simplemente «no sucede», «no se da», «no ocurre». Lo que asienta fuertemente el hecho de que se trata de una «creencia adquirida» y heredada por generaciones y generaciones.

Y el problema mayor que ocurre a consecuencia de esta creencia, es que día con día aumenta la cantidad de «hijos dependientes», que obviamente, trae arrastrando a «padres dependientes».

Es un vínculo, una unión difícil o casi imposible de romper. Es la causa de estrés más fuerte que existe. De ansiedad, de depresión, de problemas en columna y rodillas, de pies, dedos de los pies, colitis, gastritis, migrañas e insomnio.

Porque los hijos viven con miedo de salir, de volar, de no ser lo suficientemente «buenos» en el mundo, y además, lo que logran, va acompañado de la responsabilidad de «cargar» con los padres, de seguirse sometiendo a sus ideas y deseos, de seguirse agachando ante sus críticas y peticiones, hasta que llega un momento en que la bomba explota y comienzan a vivir, ambos (padres e hijos), enfermos.

Y un elemento básico que puede identificarse en este tipo de vida simbiótico, es el hecho de que tanto padres como hijos, dicen estar «cómodos», porque entre todos, crean un ambiente en el que todos, cubren las necesidades de todos.

El abuelo lleva al nieto a la escuela, la abuela cocina y va por el nieto a la escuela, el hijo se va a trabajar y de regreso paga las cuentas de la casa y compra las medicinas del padre, la hija sale a la escuela y de regreso pasa al supermercado por la despensa, la tía se encarga de la limpieza de toda la casa y así pasan y pasan los años, hasta que «dejan de ver» que no es normal vivir así.

Todos opinan de todo, todos califican y juzgan a todos, los niños no saben a quién obedecer porque todos dan órdenes diferentes, los padres pierden autoridad, los abuelos consienten, la comunicación en la pareja se pierde, no hay intimidad, no hay privacidad, y se vuelve un caos.

Los hijos dependientes siempre serán eternos demandantes y de manera muy sutil, exigirán la ayuda de los padres, no importa la edad que tengan. Siempre habrá también, una velada rivalidad con el hermano que consideren «el consentido». Siempre querrán algo más y siempre les faltará algo más.

Y aunque todos mantengan una relación simbiótica y tóxica, no todos los hijos de una misma pareja, se desarrollarán de la misma manera.

Dentro del caos familiar, siempre existirá el hijo inteligente y fuerte que se aleja de casa. Se somete, pero de lejos. Y siempre existirá el hijo más débil (al que los padres consideran «el bueno»), que permanecerá dentro del caos y la convivencia caótica por «culpa», pero añorando poder ser fuerte como el hermano que se aleja.

Y no les quiero platicar el tipo y grado de diferencias que se llegan a dar entre hermanos. Podríamos hablar casi de «odio».

El hijo más dependiente, siempre sentirá que los hermanos que se han alejado son malos, son indiferentes, son duros, son malos hijos. El hijo más independiente, siempre sentirá, que los hermanos que permanecen en casa, son unos tontos.

Y esto se convierte en una lucha permanente, casi siempre «maquillada» con la justificación de que «así son todas las familias y ni modo».

Uno de los problemas más comunes que un hijo dependiente presenta, es el hecho de que aunque logre salir del nido por una corta temporada, con las ganas de formar una pareja y conformar una familia, intentará casi de inmediato, integrarse a la familia de la pareja.

Porque un hijo dependiente, jamás será compatible emocionalmente con un hijo independiente que provenga de una familia independiente.

Son personas por lo general intolerantes al cambio, a la libertad de creencias y pensamientos. Se guían por «el debe ser» y es por ello que muchos ni siquiera intentan salir de casa, porque afuera no cualquiera los comprende.

Se topan con otras creencias, otros pensamientos, otras dinámicas familiares que les parecen aterradoras y a esto, hay que sumarle el hecho, de que los padres, no tan fácil los sueltan. Y no lo hacen porque «los necesitan».

Y vamos a suponer que logra, un hijo o hija dependiente, conseguir o conocer o enamorarse de una pareja independiente. Pues bien, lo común es que comiencen a vivir entre ellos violencia, agresividad, celos, posesividad, etc. Por la eterna y diaria lucha tanto del uno como del otro, por defender sus creencias.

Uno querrá ir a visitar a sus padres, el otro querrá quedarse en casa a leer. Uno querrá dejar a los hijos en la guardería, el otro querrá dejar a los hijos con su mamá. Uno querrá comida casera y el otro comer en la calle o pedir comida.

La vida, para las personas que establecen estos vínculos, no tiene otro significado que pueda ser tan importante como sus relaciones personales; todo lo demás ocupará un segundo plano, estarán dispuestas a sacrificar sus propios intereses y se entregarán a los otros exigiendo a cambio la misma devoción.

Si alguno de los que están atrapados en ese vínculo intenta despegarse, se producirá en la relación una crisis que será difícil de resolver de otra manera que no sea volver a reconstruir la relación en los mismos términos; porque la deslealtad no se perdona y genera culpa por transgredir las reglas.

De manera que el que se quiere liberar, deberá enfrentarse con la condena de soportar rencores, resentimientos y demandas de compañía y afecto, hasta convertir el antiguo amor que tenía con el otro en hostilidad y haciéndolo sentir culpable y miserable.

Tampoco es necesario que un hijo rompa definitivamente la relación con sus padres o con su madre para poder liberarse de ese tipo de vínculo, sino que lo puede cambiar y evolucionar como persona adulta, dándoles el lugar que les corresponde y tomando su propio lugar, haciéndose respetar, y protegiendo su propia intimidad personal y sus intereses.

Desprenderse de un vínculo enfermo exige fortaleza porque genera culpa, genera (a causa de las creencias recibidas), la sensación de ser un mal hijo, un mal hermano, un desagradecido, una persona sin sentimientos, un egoísta, etc. Y si no se es fuerte luego puede serles aún más difícil manejar la culpa.

Los padres tienen que aprender a respetar a sus hijos cuando son adultos como personas independientes, con el derecho de tener sus propias vidas sin reclamarles nada, dejándolos ser ellos mismos y que tomen sus propias decisiones. Permitiéndoles equivocarse y dejar que ellos mismos salgan adelante. Permitiéndoles caerse y tropezarse y mirar cómo ellos se levantan.

Los hijos tienen que aprender de sus propios errores, como lo hicieron ellos; porque tienen derecho a equivocarse; y si los padres, logran inteligentemente pedir algún tipo de ayuda, sin chantajes o victimismo, ayudar claro y viceversa.

Separarse de los padres, es difícil, sí. Dejar volar a los hijos es difícil, sí.

Pero qué mejor orgullo existe para un padre, ver que aquel bebito o bebita al que cambiaron el pañal, al que le enseñaron a caminar, hablar, etc. Ahora es un adulto independiente, responsable, amoroso, sano, y capaz de comunicarse correctamente.

Se trata, como los pajaritos, de ser el ejemplo de los hijos, se trata de enseñar a los hijos a ver por ellos mismos, siendo padres independientes, conscientes, autosuficientes. Se trata de enseñarlos a volar, y disfrutar al ver lo alto que logran hacerlo.

-Elizabeth Romero Sánchez y Edgar Romero Franco-

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *